El siguiente texto fue publicado en la revista Páginas No. 229 de marzo de 2013 pp. 34-40
El trabajo que les traigo en esta oportunidad procura establecer las relaciones entre los conceptos de religión y el de conflicto (o choque) entre civilizaciones, a fin de examinar si realmente asistimos a una era de conflicto entre las grandes civilizaciones, y de ser así, qué papel desempeñarían las religiones en dicho proceso. El rol desempeñado por las creencias religiosas sería fundamental en este choque entre civilizaciones si tomando en cuenta que se afirma que lo característico a una civilización es su filiación religiosa, de modo que se habla de civilización occidental o cristiana, de civilización islámica, de civilización budista, entre otras.
En relación a este problema podemos encontrar las siguientes posiciones:
- Efectivamente existe un conflicto entre civilizaciones operando en el mundo contemporáneo, pero en él el papel de las religiones es mínimo, pues no son de lejos la causa principal. Sin embargo, las religiones no pueden hacer nada para eliminar dicho conflicto.
- Efectivamente existe un conflicto entre civilizaciones operando en el mundo contemporáneo, pero las religiones no son de lejos la causa de éste. Es más, las religiones pueden hacer esfuerzos importantes para minimizar dicho conflicto.
- Efectivamente existe un conflicto entre civilizaciones actualmente en el mundo, en el que el papel de las religiones es decisivo porque ellas representan una de las causas principales.
- Si bien hay focos de conflictos y violencia social e intercultural en el mundo contemporáneo, no asistimos a un conflicto entre civilizaciones. Las religiones desempeñan una función ambigua: ellas no son necesariamente las causas de la violencia, pero dependiendo de si son asumidos de manera fundamentalista o vivencial, pueden a) causar o fomentar conflictos, o b) colaborar con la resolución de conflictos y aportar a la paz mundial.
En lo que sigue, defenderé la posición 4 y apuntaré a las posibilidades de colaborar con la resolución de conflictos que tienen las religiones. Pero antes de entrar a la cuestión, revisaré brevemente la tesis del “choque de civilizaciones” tal como Samuel Huntington la presenta.
1. ¿“Choque de civilizaciones” y fin de las ideologías?
Con esta expresión “choque o
conflicto de civilizaciones”. no se refiere precisamente a hechos de la
realidad política internacional contemporánea, sino más bien se trata de un enfoque
teórico que se ha comenzado a utilizar durante los años 90, que ha cobrado
relevancia a partir de los sucesos delo 2001 y que se remite a la obra de
Samuel Huntington[1]. Ello
significa que es posible interpretar la escena mundial contemporánea a partir
de enfoques alternativos. De acuerdo con Huntington, se hace necesario que
adquiramos un nuevo enfoque a fin de explicar los fenómenos presentes en el
mundo. Éste incluye un relato que cubre los procesos desarrollados desde la
modernidad y presenta la historia dividida en tres periodos.
El primer período es el que tiene inicio en la Paz de Westfalia (1648), donde los agentes
principales del orden internacional son los estados nacionales, quienes se
encuentran en un “equilibrio de fuerzas” en términos políticos, económicos,
territoriales y militares. Dicho equilibrio consiste en que el poderío de las
potencia se encuentran nivelado entre sí. El desencadenamiento de la Primera Guerra
Mundial hace saltar por los aires este esquema, pues el conflicto comienza a
adquirir proporciones globales, e involucran al conjunto de potencias al mismo
tiempo. A raíz de este suceso el orden internacional procura reorganizarse en la
llamada Sociedad de las Naciones. Pero el período de vida de ésta fue sumamente
breve.
Ya
en la Segunda Guerra
Mundial comienzan a tener un peso importantes las ideologías que varios países
pueden compartir (por ejemplo, el fascismo y la democracia). Ella trajo consigo una nueva configuración
del orden internacional marcado por la presencia de dos superpotencias (los
Estados Unidos de América y la Unión Soviética ) que mantendrán una carrera
armamentista, política y económica que sería denominada “guerra fría”. En esta confrontación
no se enfrentan sólo estados nacionales defendiendo posiciones territoriales y
acceso a recursos, sino que, sobre todo se encuentran en pugna dos ideologías,
el capitalismo y el socialismo, que buscan predominar en el globo. Esto hace
que el componente político de la conflagración durante la guerra fría tenga una
gran importancia.
Desde
el final de la guerra fría no sólo asistimos al fin del conflicto entre el
bloque soviético y el bloque capitalista, sino que han resurgido los
nacionalismos, las reivindicaciones sociales y políticas de diferentes culturas
y religiones. Es más, las reivindicaciones y conflictos sociales y políticos
han comenzado a tener como protagonistas importantes a grandes civilizaciones,
como la cristiana, el Islam y la civilización budista. Lo que caracteriza ahora
a los conflictos es su carácter cultural y religioso.
Junto
a esta tesis sobre el choque entre civilizaciones surge otra complementaria
según la cual asistimos a una era en la que las ideologías han desparecido.
Dicha tesis se asocia a la visión de la historia que Francis Fukuyama esbozara
en su Fin de la historia y el último hombre[2].
Dicha tesis sostiene que con el fin de la guerra fría se instaura el triunfo de
la sociedad de libre mercado por el mundo y con esto la eliminación de la
confrontación ideológica entre este y oeste. La pregunta que hemos de hacernos
es si esta narrativa es correcta, es decir, si realmente asistimos a una era de
choque entre civilizaciones que significa a la vez el fin de las ideologías.
Sospecho que esta narrativa es falsa, y es más, creo que se trata de una
ideología más, que como toda ideología, tiene un objetivo político. Por el
lugar que ocupan en esta narrativa términos como “cultura”, “civilización” y
“religión” es necesario centrar nuestra atención en el concepto de “identidad” subyacente.
2. Redefiniendo el concepto de identidad.
Amartya Sen |
En
el discurso sobre las civilizaciones se presenta una concepción singularista de
la identidad de las personas[3].
Dicha visión simplifica la compleja identidad de las personas, oscureciendo
algunas de sus dimensiones a fin de iluminar la que más conviene a los líderes
políticos o a los agentes que buscan manipular a los individuos. Habitualmente
una persona suele tener varios focos de identidad que la hacen rica en
dimensiones y aristas. De esta manera,
una persona puede ser católico, liberal, filósofo entre otras cosas. Esa
persona puede ser peruano, limeño, pero cultivar un vínculo y afinidad por el
lugar de procedencia de sus padres. Así, un individuo, puede cultivar
diferentes focos de identidad, y realizar
una elección razonada respecto de qué prioridad darle a cada dimensión de su
vida.
Sin embargo, el
discurso sobre el choque de civilizaciones promueve la creencia de que la
identidad de las personas puede ser entendida de modo singularista, es decir,
es posible entender la identidad de las personas como definida completamente
por uno de sus aspectos (ser Islámico, por ejemplo) y oscurecer los demás componentes. Si a esto
se suma que ese aspecto de su identidad está siendo golpeada por un pueblo
adversario, nos encontramos ante una situación sumamente explosiva. El discurso
del choque entre civilizaciones no parte necesariamente de una evidencia
empírica, sino de manera abstracta, puesto que presupone que las grandes
civilizaciones entrarán en conflicto antes de que se produzca conflicto alguno.
El problema no se soluciona si uno elimina el término “conflicto” y comienza a
hablar de armonía diálogo o encuentro entre las civilizaciones. Y es que el
término problemático resulta ser realmente el de “civilizaciones”. Dicho
término exige que dividamos a las personas por compartimientos estancos y
códigos clasificatorios que se levantan sobre la base de la descripción
singularista de la identidad.
Pero no se trata de un discurso
inocente, sino que busca fomentar un tipo de política que promueve la violencia
y el conflicto. Esta política procede
fomentando lo que Amartya Sen denomina “destino como ilusión”, es decir, la creencia de que uno, en tanto
individuo se encuentra destinado a una identidad singularistamente definida y
no se encentra con la posibilidad de elegir razonadamente la manera de
priorizar sus diferentes aristas de la identidad. De esta manera se genera en
las personas la peligrosa ilusión de que
son ante todo limeños, y por ende han de renegar de los provincianos, o que son
ante todo peruanos y han de rechazar a los chilenos. Esta ilusión empobrece la
identidad de las personas y además los conduce al enfrentamiento. Además, como
toda ilusión, no se condice con la realidad.
Ciertamente, la religión constituye
una de las aristas de la identidad compleja de muchas personas en el mundo. Hoy
la religión ha tomado una renovada importancia en el mundo contemporáneo. Esta
vuelta de lo religioso se ha dado de dos maneras distintas: de una parte han
crecido los grupos ortodoxos, fundamentalistas y radicales, y de otra ha
crecido en número de personas religiosas que no se sienten representadas por
las instituciones religiosas, especialmente cuando tales instituciones han
radicalizado sus posiciones contra “el mundo”, la secularización de la
política, la ciencia, la modernización, la posmodernidad y otras
manifestaciones que son acusadas de ser signos de la decadencia de la humanidad[4].
A falta de una terminología precisa, denominaré a este segundo grupo de
creyente como el de los “creyentes libres”. Entre los creyentes libres se
encuentran ciertamente un gran contingente de intelectuales (entre ellos el
renombrado Gianni Vattimo), pero también un conjunto grande de gente común y
corriente.
Esta diferencia también se
intercepta con la diferencia entre aquellos que asumen políticas agresivas
contra otros grupos y quienes no lo hacen. Pero quienes no son agresivos no son
por pertenecer a una versión pacifista del credo religioso, sino más bien por
haber elegido razonablemente hacer valer otras aristas de su propia identidad,
y no sólo la religiosa. Se podrá argumentar que el componente religioso de una
identidad no opera de la misma manera que las elecciones profesionales, las
ciudades o países a los que se pertenezca; se podrá decir que la religión
ofrece al creyente una cosmovisión de modo que uno es un filósofo católico, o
un peruano católico y así sucesivamente. De esta manera la denominación
religiosa va acompañando todos los demás rasgos identitarios, adjetivándolos.
Pero en esta situación el lugar que tiene la elección de los pesos relativos de
cada componente queda reducido a nada, ya que se parece destinado a que la
dimensión religiosa pese absolutamente de modo que gobierna las demás
dimensiones. Si bien esta es la opción que muchas personas han asumido, no es
la única posible. Lo que no puede ser aceptable es que se obligue a los
creyentes a dar un peso absoluto al componente religioso al momento de
balancear el peso de sus rasgos identitarios. La razón de esta inaceptabilidad
reside en que con ello se estaría eliminando parte de la libertad para elegir,
y las opciones religiosas adquieren su valor por expresar la libertad de elección.
la
Declaración Universal de los Derechos Humanos? Y la
civilización oriental ¿se encuentra mejor representada por Gandhi (quien luchaba
por la independencia y la gestación de una india democrática) o por los
dictadores asiáticos?
3. ¿Están las civilizaciones en conflicto? ¿Están las religiones en pie de guerra?
En su momento el ayatolá Jomeini invocó al Islam a emprender la guerra contra lo que denominó “El Gran Satán”. Aquella persona que estrelló el avión contra las Torres Gemelas creía que su “martirio” le haría poseedor del premio del paraíso. Ciertamente, eso ha sucedido y sigue sucediendo. Sin embargo, sospecho que ello no nos autoriza a tomar en serio los términos “civilización” y “choque entre civilizaciones” en tanto que conceptos de la ciencia política y de la filosofía política. Se trata de términos de carácter político más que científico o filosófico. El uso del término civilización en este contexto está diseñado para establecer separaciones entre las personas, oscurecer ciertos rasgos de la identidad de las personas y empobrecer sus vidas. El término “conflicto entre civilizaciones” aparece con anterioridad de que los conflictos en la arena del mundo se desencadena. Aparece más como detonante que como concepto descriptivo. Los seres humanos somos diversamente diferentes, es decir, que entre los pertenecientes a una “civilización” existe un conjunto de diferencias y modos de vida, diversidad que sólo es posible abstraer por medio del terror o la violencia. De esta manera, uno podría preguntarse ¿quién representa la civilización occidental? ¿acaso Hitler y Mussolini? ¿o los gestores de
Esto nos conduce a las cuatro
posiciones que había enunciado al principio. Las tres primeras opciones asumen
como correcta la afirmación del conflicto entre civilizaciones, y por lo tanto
no son posiciones aceptables, pues parten de un supuesto cuestionable. La única
alternativa es la cuarta, según la cual no hay un conflicto entre
civilizaciones, sino que hay creyentes que radicalizan (o son inducidos a radicalizar)
su opción religiosa hasta el extremo de volverse políticamente agresivos. Pero
hay otros creyentes que no toman esa opción. De hecho, es posible que ciertos
creyentes sean colaboradores de buena fe por la paz en el mundo. Pero ello no
supone que se trate de miembros de “civilizaciones pacifistas”, pues ello sería
volver a la misma abstracción que se está denunciando. ¿Con qué derecho le
podemos, nosotros los occidentales decir a un musulmán que no está
interpretando mal el Islam?. Creyentes que comparten los mismos dogmas de fe
pueden adoptar posiciones distintas frente a la violencia. Ello revela que el
componente de “violencia” o de “paz” no es algo que sea intrínseco a los credos
religiosos, sino que se trata de un componente político que proviene de fuera.
Lo que caracteriza a un creyente fundamentalista no es necesariamente el
contenido doctrinal que abrace, sino la forma en que lo hace. Cuando esa forma
excluye u oscurece otras dimensiones de su identidad, se encuentra entonces a
merced de la utilización política por parte de algún líder. Pero ese
opacamiento de las diversas aristas de la identidad es algo que no se debe
necesariamente a la religión, sino a la presencia de una voluntad política.
[1] Cf. HUNTINGTON, Samuel; El choque de
civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Barcelona: Paidós, 2005.
La teoría del choque entre civilizaciones Huntington publicó primero un
artículo titulado The Clash of Civilizations?, en la revista "Foreign Affairs", vol. 72, no. 3, en el
verano de 1993, pp. 22-49 El libro aparecerá tres años depués como The Clash
of Civilizations and the Remaking of World Order, New York: Simon &
Schuster, 1996.
[2] FUKUYAMA,
Francis; El fin de la historia y el
último hombre : la interpretación más audaz y brillante de la historia presente
y futura de la humanidad, Buenos Aires: Planeta, 1992.
[3] En la crítica a la identidad signularista y en la presentación de las
identidades complejas soy deudor de Amartya Sen. Cfr. SEN, Amartya; Identidad
y violencia. La ilusión del destino, Buenos Aires: Katz, 2007.
[4] Véase, al respecto, el artículo de Gianni Vattimo en: La Religión Madrid : PPC, 1996.
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