21 de junio de 2013

Las religiones y el choque entre civilizaciones

El siguiente texto fue publicado en la revista Páginas No. 229 de marzo de 2013 pp. 34-40

El trabajo que les traigo en esta oportunidad procura establecer las relaciones entre los conceptos de religión y el de conflicto (o choque) entre civilizaciones, a fin de examinar si realmente asistimos a una era de conflicto entre las grandes civilizaciones, y de ser así, qué papel desempeñarían las religiones en dicho proceso. El rol desempeñado por las creencias religiosas sería fundamental en este choque entre civilizaciones si tomando en cuenta que se afirma que lo característico a una civilización es su filiación religiosa, de modo que se habla de civilización occidental o cristiana, de civilización islámica, de civilización budista, entre otras.
En relación a este problema podemos encontrar las siguientes posiciones:
  1. Efectivamente existe un conflicto entre civilizaciones operando en el mundo contemporáneo, pero en él el papel de las religiones es mínimo, pues no son de lejos la causa principal. Sin embargo, las religiones no pueden hacer nada para eliminar dicho conflicto.
  2. Efectivamente existe un conflicto entre civilizaciones operando en el mundo contemporáneo, pero las religiones no son de lejos la causa de éste. Es más, las religiones pueden hacer esfuerzos importantes para minimizar dicho conflicto.
  3. Efectivamente existe un conflicto entre civilizaciones actualmente en el mundo, en el que el papel de las religiones es decisivo porque ellas representan  una de las causas principales.
  4. Si bien hay focos de conflictos y violencia social e intercultural en el mundo contemporáneo, no asistimos a un conflicto entre civilizaciones. Las religiones desempeñan una función ambigua: ellas no son necesariamente las causas de la violencia, pero dependiendo de si  son asumidos de manera fundamentalista o vivencial, pueden a) causar o fomentar conflictos, o b) colaborar con la resolución de conflictos y aportar a la paz mundial.
En lo que sigue, defenderé la posición 4 y apuntaré a las posibilidades de colaborar con la resolución de conflictos que tienen las religiones. Pero antes de entrar a la cuestión, revisaré brevemente la tesis del “choque de civilizaciones” tal como Samuel Huntington la presenta.

1. ¿“Choque de civilizaciones” y fin de las ideologías?

            Con esta expresión “choque o conflicto de civilizaciones”. no se refiere precisamente a hechos de la realidad política internacional contemporánea, sino más bien se trata de un enfoque teórico que se ha comenzado a utilizar durante los años 90, que ha cobrado relevancia a partir de los sucesos delo 2001 y que se remite a la obra de Samuel Huntington[1]. Ello significa que es posible interpretar la escena mundial contemporánea a partir de enfoques alternativos. De acuerdo con Huntington, se hace necesario que adquiramos un nuevo enfoque a fin de explicar los fenómenos presentes en el mundo. Éste incluye un relato que cubre los procesos desarrollados desde la modernidad y presenta la historia dividida en tres periodos.
El primer período es el que tiene inicio en la Paz de Westfalia (1648), donde los agentes principales del orden internacional son los estados nacionales, quienes se encuentran en un “equilibrio de fuerzas” en términos políticos, económicos, territoriales y militares. Dicho equilibrio consiste en que el poderío de las potencia se encuentran nivelado entre sí. El desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial hace saltar por los aires este esquema, pues el conflicto comienza a adquirir proporciones globales, e involucran al conjunto de potencias al mismo tiempo. A raíz de este suceso el orden internacional procura reorganizarse en la llamada Sociedad de las Naciones. Pero el período de vida de ésta fue sumamente breve.
Ya en la Segunda Guerra Mundial comienzan a tener un peso importantes las ideologías que varios países pueden compartir (por ejemplo, el fascismo y la democracia).  Ella trajo consigo una nueva configuración del orden internacional marcado por la presencia de dos superpotencias (los Estados Unidos de América y la Unión Soviética) que mantendrán una carrera armamentista, política y económica que sería denominada “guerra fría”. En esta confrontación no se enfrentan sólo estados nacionales defendiendo posiciones territoriales y acceso a recursos, sino que, sobre todo se encuentran en pugna dos ideologías, el capitalismo y el socialismo, que buscan predominar en el globo. Esto hace que el componente político de la conflagración durante la guerra fría tenga una gran importancia.
Desde el final de la guerra fría no sólo asistimos al fin del conflicto entre el bloque soviético y el bloque capitalista, sino que han resurgido los nacionalismos, las reivindicaciones sociales y políticas de diferentes culturas y religiones. Es más, las reivindicaciones y conflictos sociales y políticos han comenzado a tener como protagonistas importantes a grandes civilizaciones, como la cristiana, el Islam y la civilización budista. Lo que caracteriza ahora a los conflictos es su carácter cultural y religioso.
Junto a esta tesis sobre el choque entre civilizaciones surge otra complementaria según la cual asistimos a una era en la que las ideologías han desparecido. Dicha tesis se asocia a la visión de la historia que Francis Fukuyama esbozara en su Fin de la historia y el último hombre[2]. Dicha tesis sostiene que con el fin de la guerra fría se instaura el triunfo de la sociedad de libre mercado por el mundo y con esto la eliminación de la confrontación ideológica entre este y oeste. La pregunta que hemos de hacernos es si esta narrativa es correcta, es decir, si realmente asistimos a una era de choque entre civilizaciones que significa a la vez el fin de las ideologías. Sospecho que esta narrativa es falsa, y es más, creo que se trata de una ideología más, que como toda ideología, tiene un objetivo político. Por el lugar que ocupan en esta narrativa términos como “cultura”, “civilización” y “religión” es necesario centrar nuestra atención en el concepto de “identidad” subyacente.

2. Redefiniendo el concepto de identidad.

Amartya Sen
            La cultura de la Ilustración durante el siglo XVIII insistió en la idea según la cual todos los seres humanos somos iguales. Pero de inmediato, los representantes del romanticismo político y filosófico, como Herder, señalaron que los seres humanos no somos sino diferentes y que cada pueblo tiene su propio modo de ser, incompatible con el de los demás.  Pero el desarrollo de la antropología cultural durante los siglos XIX y XX ha sacado a luz que al interior de cada estado nacional se encuentran conviviendo un conjunto de culturas distintas, de modo que la cede de la identidad no se encuentra en la nación, sino en la cultura a la que uno pertenece.
            En el discurso sobre las civilizaciones se presenta una concepción singularista de la identidad de las personas[3]. Dicha visión simplifica la compleja identidad de las personas, oscureciendo algunas de sus dimensiones a fin de iluminar la que más conviene a los líderes políticos o a los agentes que buscan manipular a los individuos. Habitualmente una persona suele tener varios focos de identidad que la hacen rica en dimensiones y  aristas. De esta manera, una persona puede ser católico, liberal, filósofo entre otras cosas. Esa persona puede ser peruano, limeño, pero cultivar un vínculo y afinidad por el lugar de procedencia de sus padres. Así, un individuo, puede cultivar diferentes focos de identidad,  y realizar una elección razonada respecto de qué prioridad darle a cada dimensión de su vida.
Sin embargo, el discurso sobre el choque de civilizaciones promueve la creencia de que la identidad de las personas puede ser entendida de modo singularista, es decir, es posible entender la identidad de las personas como definida completamente por uno de sus aspectos (ser Islámico, por ejemplo)  y oscurecer los demás componentes. Si a esto se suma que ese aspecto de su identidad está siendo golpeada por un pueblo adversario, nos encontramos ante una situación sumamente explosiva. El discurso del choque entre civilizaciones no parte necesariamente de una evidencia empírica, sino de manera abstracta, puesto que presupone que las grandes civilizaciones entrarán en conflicto antes de que se produzca conflicto alguno. El problema no se soluciona si uno elimina el término “conflicto” y comienza a hablar de armonía diálogo o encuentro entre las civilizaciones. Y es que el término problemático resulta ser realmente el de “civilizaciones”. Dicho término exige que dividamos a las personas por compartimientos estancos y códigos clasificatorios que se levantan sobre la base de la descripción singularista de la identidad.
            Pero no se trata de un discurso inocente, sino que busca fomentar un tipo de política que promueve la violencia y el conflicto.  Esta política procede fomentando lo que Amartya Sen denomina “destino como ilusión”,  es decir, la creencia de que uno, en tanto individuo se encuentra destinado a una identidad singularistamente definida y no se encentra con la posibilidad de elegir razonadamente la manera de priorizar sus diferentes aristas de la identidad. De esta manera se genera en las personas la  peligrosa ilusión de que son ante todo limeños, y por ende han de renegar de los provincianos, o que son ante todo peruanos y han de rechazar a los chilenos. Esta ilusión empobrece la identidad de las personas y además los conduce al enfrentamiento. Además, como toda ilusión, no se condice con la realidad.  
            Ciertamente, la religión constituye una de las aristas de la identidad compleja de muchas personas en el mundo. Hoy la religión ha tomado una renovada importancia en el mundo contemporáneo. Esta vuelta de lo religioso se ha dado de dos maneras distintas: de una parte han crecido los grupos ortodoxos, fundamentalistas y radicales, y de otra ha crecido en número de personas religiosas que no se sienten representadas por las instituciones religiosas, especialmente cuando tales instituciones han radicalizado sus posiciones contra “el mundo”, la secularización de la política, la ciencia, la modernización, la posmodernidad y otras manifestaciones que son acusadas de ser signos de la decadencia de la humanidad[4]. A falta de una terminología precisa, denominaré a este segundo grupo de creyente como el de los “creyentes libres”. Entre los creyentes libres se encuentran ciertamente un gran contingente de intelectuales (entre ellos el renombrado Gianni Vattimo), pero también un conjunto grande de gente común y corriente.  
            Esta diferencia también se intercepta con la diferencia entre aquellos que asumen políticas agresivas contra otros grupos y quienes no lo hacen. Pero quienes no son agresivos no son por pertenecer a una versión pacifista del credo religioso, sino más bien por haber elegido razonablemente hacer valer otras aristas de su propia identidad, y no sólo la religiosa. Se podrá argumentar que el componente religioso de una identidad no opera de la misma manera que las elecciones profesionales, las ciudades o países a los que se pertenezca; se podrá decir que la religión ofrece al creyente una cosmovisión de modo que uno es un filósofo católico, o un peruano católico y así sucesivamente. De esta manera la denominación religiosa va acompañando todos los demás rasgos identitarios, adjetivándolos. Pero en esta situación el lugar que tiene la elección de los pesos relativos de cada componente queda reducido a nada, ya que se parece destinado a que la dimensión religiosa pese absolutamente de modo que gobierna las demás dimensiones. Si bien esta es la opción que muchas personas han asumido, no es la única posible. Lo que no puede ser aceptable es que se obligue a los creyentes a dar un peso absoluto al componente religioso al momento de balancear el peso de sus rasgos identitarios. La razón de esta inaceptabilidad reside en que con ello se estaría eliminando parte de la libertad para elegir, y las opciones religiosas adquieren su valor por expresar la libertad de elección.

3. ¿Están las civilizaciones en conflicto? ¿Están las religiones en pie de guerra?

            En su momento el ayatolá Jomeini invocó al Islam a emprender la guerra contra lo que denominó “El Gran Satán”. Aquella persona que estrelló el avión contra las Torres Gemelas creía que su “martirio” le haría poseedor del premio del paraíso. Ciertamente, eso ha sucedido y sigue sucediendo. Sin embargo, sospecho que ello no nos autoriza a tomar en serio los términos “civilización” y “choque entre civilizaciones” en tanto que conceptos de la ciencia política y de la filosofía política. Se trata de términos de carácter político más que científico o filosófico. El uso del término civilización en este contexto está diseñado para establecer separaciones entre las personas, oscurecer ciertos rasgos de la identidad de las personas y empobrecer sus vidas.  El término “conflicto entre civilizaciones” aparece con anterioridad de que los conflictos en la arena del mundo se desencadena. Aparece más como detonante que como concepto descriptivo. Los seres humanos somos diversamente diferentes, es decir, que entre los pertenecientes a una “civilización” existe un conjunto de diferencias y modos de vida, diversidad que sólo es posible abstraer por medio del terror o la violencia. De esta manera, uno podría preguntarse ¿quién representa la civilización occidental? ¿acaso Hitler y Mussolini? ¿o los gestores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos? Y la civilización oriental ¿se encuentra mejor representada por Gandhi (quien luchaba por la independencia y la gestación de una india democrática) o por los dictadores asiáticos?
            Esto nos conduce a las cuatro posiciones que había enunciado al principio. Las tres primeras opciones asumen como correcta la afirmación del conflicto entre civilizaciones, y por lo tanto no son posiciones aceptables, pues parten de un supuesto cuestionable. La única alternativa es la cuarta, según la cual no hay un conflicto entre civilizaciones, sino que hay creyentes que radicalizan (o son inducidos a radicalizar) su opción religiosa hasta el extremo de volverse políticamente agresivos. Pero hay otros creyentes que no toman esa opción. De hecho, es posible que ciertos creyentes sean colaboradores de buena fe por la paz en el mundo. Pero ello no supone que se trate de miembros de “civilizaciones pacifistas”, pues ello sería volver a la misma abstracción que se está denunciando. ¿Con qué derecho le podemos, nosotros los occidentales decir a un musulmán que no está interpretando mal el Islam?. Creyentes que comparten los mismos dogmas de fe pueden adoptar posiciones distintas frente a la violencia. Ello revela que el componente de “violencia” o de “paz” no es algo que sea intrínseco a los credos religiosos, sino que se trata de un componente político que proviene de fuera. Lo que caracteriza a un creyente fundamentalista no es necesariamente el contenido doctrinal que abrace, sino la forma en que lo hace. Cuando esa forma excluye u oscurece otras dimensiones de su identidad, se encuentra entonces a merced de la utilización política por parte de algún líder. Pero ese opacamiento de las diversas aristas de la identidad es algo que no se debe necesariamente a la religión, sino a la presencia de una voluntad política.


[1] Cf. HUNTINGTON, Samuel; El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Barcelona: Paidós, 2005. La teoría del choque entre civilizaciones Huntington publicó primero un artículo titulado The Clash of Civilizations?, en la revista "Foreign Affairs", vol. 72, no. 3, en el verano de 1993, pp. 22-49 El libro aparecerá tres años depués como The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, New York: Simon & Schuster, 1996.
[2] FUKUYAMA, Francis; El fin de la historia y el último hombre : la interpretación más audaz y brillante de la historia presente y futura de la humanidad, Buenos Aires: Planeta, 1992.
[3] En la crítica a la identidad signularista y en la presentación de las identidades complejas soy deudor de Amartya Sen. Cfr. SEN, Amartya; Identidad y violencia. La ilusión del destino, Buenos Aires: Katz, 2007.
[4] Véase, al respecto, el artículo de Gianni Vattimo en:  La Religión Madrid : PPC, 1996.

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