III
El enigma de la hora (1911), de Giorgio de Chirico. |
Ésta es la causa de que la fragmentación social que el liberalismo clásico operase en la Europa decimonónica con la individualización capitalista rompiera el tejido autocompositivo de la práctica política. Con este extrañamiento de sí mismo el tejido político se vuelve incapaz de reconocer su génesis. La estructura institucional apareció transida de legitimación; la consecuencia de esta fractura se presentó como pureza de lo actual, carente de vinculación histórica; esta potencia del tiempo presente hizo florecer el clima revolucionario, el s. XIX se vive ahistóricamente, ansía la promesa del futuro. El proceso político tuvo esta impronta hasta el s. XX. La herencia hegeliana en Marx le aproximó también a una reconstrucción histórica pero esta vez en términos de progreso revolucionario.
Pero el auge del proceso totalitario con su horror rompe el encantamiento de la estructura de una filosofía histórica que puede aprehender sus leyes y organizar el mundo. El desencantamiento producido en la filosofía la aparta de una autocomprensión política. El rechazo de la filosofía de la historia es también el rechazo a una razón autosuficiente que da cuenta del progreso humano. Así queda obsoleto el paradigma de la historia como progreso por cuanto la razón misma se ve incapaz de entender su propia tarea. La razón puesta en cuestión por los llamados maestros de la sospecha (Marx, Freud y Nietzsche), es un reflejo de este rechazo. La razón desacreditada sufre entonces su decaimiento ponderando los circuitos sistémicos de una sociedad autonomizada y reforzada por una actitud técnico-científica.
En este escenario en donde la razón se muestra debilitaba en su capacidad crítica, esto es, en su tarea de orientar a la acción, la lectura sociológica de sistemas reduce a su mínima expresión la importancia de los cursos de acción individuales. La estabilidad del sistema se muestra entonces como cristalización social inmóvil. Pero esta lectura es demasiado optimista, olvida que existen flujos de intercambio institucionalizados pero contrarios a la autocomprensión de sus sujetos, o en buena cuenta faltos de legitimidad.[2] En este clima de escepticismo las voces conservadores proclaman una vuelta a la autocomprensión social en términos integristas o de eticidad sustantiva. Lo cierto es que el paradigma de la historia como progreso ha perdido vigencia, y nada parece sacarla de su agotamiento.[3]
IV
Richard Rorty |
Si bien hemos descartado la pretensión de conocimiento inherente a la metafísica de la historia, podemos caer ante el problema de la apatía política, la resignación a nuestro conjunto institucional. ¿Cómo recuperar entonces la dinámica del progreso político en una sociedad desencantada de su figura más paradigmática, a saber, la historia como progreso? Mi intuición es que no podremos recuperar del todo una idea de progreso unidireccional hacia un único horizonte posible. Sin embargo podemos esperar razonablemente encontrar suficiente espacio para proyectar lo que Rawls denomina una utopía realista, esto es, la construcción política de una sociedad más justa. Con la pérdida de una filosofía de la historia hemos perdido la confianza en una razón autosuficiente en cuanto se propuso entender los fundamentos últimos del progreso humano, esta aproximación está en el seno de la tradición de la filosofía occidental, desde Aristóteles pasando por Comte hasta Hegel y Marx, la intención de encontrar el fundamento de todo progreso social es en última instancia una búsqueda de las verdades finales de la condición humana. Esta filosofía de la historia está en consonancia con la actitud sustantiva de la filosofía del conocimiento que también ha entrado en crisis,[6] de tal forma no podemos esperar la renovación del programa de la historia como progreso, antes podríamos tomar una actitud pragmática para renovar los cursos de acción políticos:
[La] idea misma de un orden ahistórico natural de las razones –un orden natural que un método debe procurar o una justificación seguir– no es factible. Porque sólo podría existir un orden tal si todas las alternativas futuras ya estuvieran presentes. La esperanza de que podrían de hecho estar presentes es la falsa esperanza de lo que Dewey llamó “la filosofía clásica de Europa”. Es la esperanza de que uno puede reconocer una estructura eterna detrás del contenido transitorio y, con ello, reconocer los límites de la posibilidad, es decir, de la investigación posible, del conocimiento posible, de las formas posibles de vida humana. Esa esperanza es la que Dewey deseaba que los norteamericanos pudiéramos deja a un lado. Nos urgió a dejarla a un lado en aras de una esperanza mejor: la esperanza de que podríamos hacer un mundo nuevo para que nuestros descendientes vivieran en él, un mundo con más variedad y libertad del que efectivamente podríamos imaginar. No estamos en condiciones de visualizar los detalles de ese mundo humano adulto, más evolucionado, como nuestros ancestros de la Edad de Bronce no estuvieron en condiciones de visualizar los detalles del nuestro.[7]Esta actitud puede situarnos en la frontera de lo dado y lo posible, y puede motivarnos a ser más creativos con nuestras proyecciones políticas, a construir ficciones más interesantes que las de la ilustración. Esta actitud no debe entenderse como un escepticismo radical, sino más bien como uno metodológico, la sospecha se levantará contra toda construcción que no pase por la dinámica del reconocimiento intersubjetivo y que pretenda erigirse nuevamente en fuente última de la condición humana.
Los cambios políticos estuvieron acompañados de construcciones profundas sobre la naturaleza humana y su evolución cultural, en la Ilustración parecía el camino más adecuado, esta figura ilustró todo el renacimiento francés, el utilitarismo inglés y el marxismo de Europa del Este. Hoy ya nada podemos decir acerca de naturalezas intrínsecas sin hacer mediaciones propedéuticas, pero esto no debe detenernos en una confusión relativista, antes bien podemos entender el final de este paradigma histórico como el final de una historia para el hombre y el inicio de las historias posibles, creo que esta interpretación podría conectar bien con la intuición de progreso que subyace a toda la metafísica de la historia occidental.
[1]
Así también lo piensa Marx al señalar: “Los comunistas son, pues, en la
práctica, el sector más decidido de los partidos obreros de todos los países el
que siempre impulsa a ir más allá; en teoría, comprenden las condiciones, la
marcha y los resultados generales del movimiento proletario antes que la
restante masa del proletariado. (…) Las tesis teóricas de los comunistas no
descansan en absoluto en ideas, en principios inventados o descubiertos por
este o aquel reformador del mundo. No son más que expresión general de cómo
está realmente una lucha de clases que existe, un movimiento histórico que
transcurre ante nuestros ojos.” (MARX, Karl y Friedrich Engels. Manifiesto Comunista. Trad. Pedro Ribas.
Madrid: Alianza, 2001, pp. 58-59)
[2]
Pensemos por ejemplo en los circuitos del mercado negro, el narcotráfico, la
trata de personas, la explotación laboral; en todos estos casos, los flujos de
intercambio han encontrado suficiente espacio para desarrollarse pero los
sujetos no se identifican dentro de estos flujos, no hallan su autocomprensión
en ellos o los rechazan por su palmaria injusticia. Lo que el sistema social no
puede hacer es validarse a sí misma, los actores siempre están proyectando sus
demandas de justicia y legitimidad frente al todo social.
[3]
En 1972 Habermas publicó un opúsculo en el que mostraba también el agotamiento
de la filosofía de la historia: “La pretensión de conocimiento de la filosofía
de la historia es delirante, y su marco conceptual, inadecuado para una teoría
de la evolución social. Por tanto hay que revisar ambas cosas; y ambas pueden
revisarse sin recaer en la falsa alternativa de teorías plagadas de
no-verdades, que por cierto, pueden resultar muy interesantes, o de teorías que
siguen dando vueltas a la extinción de la filosofía de la historia, plagadas de
semiverdades, que son triviales.” (HABERMAS, Jürgen. La lógica de las ciencias sociales. 3° ed. Trad. Manuel Jiménez
Redondo. Madrid: Tecnos, 1996, p. 443)
[4] BERLIN, Isaiah, óp.
cit., p. 134
[5] Ibid. p. 135
[6] Cf. RORTY, Richard. La filosofía y el espejo de la
naturaleza. Trad. Jesús Fernández Zulaica. 5° ed.
Madrid: Cátedra.
[7]
RORTY, Richard. ¿Esperanza o
conocimiento? Una introducción al pragmatismo. Trad. Eduardo Rabossi.
Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1997, pp. 41-42
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