
Sin ser economista, se planteó el propósito de trabajar aquellos temas relevantes para lograr un verdadero crecimiento con inclusión y una mejor situación para los pobres del país. Su preocupación por los derechos laborales, la inclusión de los discapacitados, el manejo del fisco y la erradicación de los negociados desde el Estado hacen su labor más valiosa a la de cualquier economista que se jacte de hacer bien desde una posición conservadora.
Él no hablaba tonterías, la rigurosidad de su trabajo hacía caer en el estrés constante a aquellos economistas que trabajaban en su despacho. Y es que la pasión por la justicia social no se veía bien como pareja de la ineficiencia. Al contrario, Javier no soportaba propuestas ni informes incompletos. Su vehemencia se complementaba con su apertura al diálogo. Javier no era irresponsable de sostener ideas poco prácticas respecto a la política económica, si es que estaba equivocado buscaba la solución consultando con los más informados.
A Javier no lo conocí a fondo, luego de la entrevista por la que entré a laborar a su despacho sólo lo vi tres veces. A pesar de eso, me quedo con una buena impresión sobre él. A la dureza de su carácter se contraponía la confianza para con sus amigos del despacho. Recuerdo sus palabras en dicha entrevista: “El elemento relevante para el trabajo es la confianza. A cada uno (de los asistentes y asesores del despacho) los trato como si fueran de mi familia. Entonces, lo único que te pido es no violar esa confianza”. “No es necesario que sepas todo, lo que espero es que sepas hacer preguntas”. Dos frases que me llevan a pensar en un Javier solidario, amable y justo.
Javier, hombre de lecturas incansables y de sueños compartidos. La izquierda y la política peruana en general te recordarán como principal propulsor de una sociedad limpia de corrupción y cuyo motor es la solidaridad.
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