A Javier lo conocí poco. Sólo
había leído algo y escuchado sobre él en una charla sobre la izquierda peruana.
Recuerdo cuántas pestes han dicho sobre él, cosas que la gente de los
medios y los estudiantes universitarios poco informados consideraban sobre su
trayectoria. Cuando comentaba en mi universidad que laboraba para él, me hacían
preguntas como “¿Pero no tienes miedo?”, “¿No te ha lavado la cabeza con sus
ideas de izquierda?”. A Javier las circunstancias lo habían llevado a estar en
boca de todo el mundo, pero pocos eran los que lo entendían y que comprendían el
verdadero propósito de su lucha. Una lucha que por más de cuarenta años el sostenía
con los sachaliberales y los que atentaban contra el orden democrático y el de
los derechos humanos en una sociedad como la nuestra.
Sin ser economista, se planteó el
propósito de trabajar aquellos temas relevantes para lograr un verdadero
crecimiento con inclusión y una mejor situación para los pobres del país. Su
preocupación por los derechos laborales, la inclusión de los discapacitados, el
manejo del fisco y la erradicación de los negociados desde el Estado hacen su
labor más valiosa a la de cualquier economista que se jacte de hacer bien desde una posición
conservadora.
Él no hablaba tonterías, la
rigurosidad de su trabajo hacía caer en el estrés constante a aquellos
economistas que trabajaban en su despacho. Y es que la pasión por la justicia
social no se veía bien como pareja de la ineficiencia. Al contrario, Javier no
soportaba propuestas ni informes incompletos. Su vehemencia se complementaba
con su apertura al diálogo. Javier no era irresponsable de sostener ideas poco
prácticas respecto a la política
económica, si es que estaba equivocado buscaba la solución consultando con los
más informados.
A Javier no lo conocí a fondo,
luego de la entrevista por la que entré a laborar a su despacho sólo lo vi tres
veces. A pesar de eso, me quedo con una buena impresión sobre él. A la dureza de
su carácter se contraponía la confianza para con sus amigos del despacho. Recuerdo
sus palabras en dicha entrevista: “El elemento
relevante para el trabajo es la confianza. A cada uno (de los asistentes y
asesores del despacho) los trato como si fueran de mi familia. Entonces, lo
único que te pido es no violar esa confianza”. “No es necesario que sepas todo,
lo que espero es que sepas hacer preguntas”. Dos frases que me
llevan a pensar en un Javier solidario, amable y justo.
Javier, hombre de lecturas
incansables y de sueños compartidos. La
izquierda y la política peruana en general te recordarán como principal
propulsor de una sociedad limpia de corrupción y cuyo motor es la solidaridad.
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