27 de mayo de 2013

Liberalismo y pluralidad

El crecimiento económico que reporta el país en cifras, y por ende el bienestar social aparente, ha sido adjudicado a cierto modelo económico, social y político que suele denominarse en nuestro medio como liberalismo, sin que esto nos resulte del todo comprensible. Ciertamente hay un liberalismo como doctrina política, pero la forma en que pensamos en la libertad puede ser muy diversa. En principio, el liberalismo clásico, como el de Locke, estaba preocupado por el poder político sin límites, por eso organizó su teoría política de tal forma que pudiera controlar el poder a través de su separación por funciones, o en el caso de Kant, la prioridad de la libertad nos ponía ante la exigencia moral de autonomía y se articulaba en una institucionalidad de la sociedad civil fuerte frente al poder. Pero el significado del liberalismo ha variado desde el siglo XVII.

Nosotros hemos heredado, de manera casi intuitiva, cierta idea sobre lo que es la libertad. En forma negativa puede formulársele como la no opresión de una persona individual o colectiva. Con nuestra historia colonial a cuestas, los peruanos identificamos la opresión con esclavitud, ésta primera forma de esclavitud está referida singularmente al dominio patrimonial que tiene un ser humano sobre otro; sin embargo, somos esclavos de muchas formas, podemos serlo incluso de nosotros mismos, a esto se refiere la expresión: «ser esclavo de las pasiones». A nivel político, una vez abolida la esclavitud, la opresión suele identificarse con el nivel de injerencia que tiene el Estado en las vidas individuales. Los gobiernos opresores de Europa del Este mostraron que el Estado podía perfectamente esclavizar también a los hombres.  El liberalismo de esos años hizo espíritu de cuerpo y se homogeneizó para combatir la inmoralidad de la tiranía del proletariado. Con la experiencia ganada, los que se oponen férreamente a que el Estado se expanda se reivindican como liberales, sospechan que el Estado esconde una voluntad tiránica intrínseca a su constitución –tal vez inspirados en Hobbes–, de la misma forma en que Marx sospechaba del sistema político burgués como mera apariencia que encubre desigualdades.   Pero hay un segundo sentido en que éstos liberales nos conminan a ser partícipes de ésta fiesta política. Nos dicen que la libertad no sólo es tener suficiente espacio para respirar sino también tener un sendero por el que transitar.

Hasta hace poco el mensaje hacía hincapié en abrir los mercados, crear competitividad, atraer las inversiones extranjeras, aumentar las exportaciones; pero poco a poco éstos liberales nos han ido añadiendo una agenda distinta, más incisiva, más avasalladora, más rapaz. Hoy el cometido es analizar la realidad en función a premisas económicas, pensar la educación en referencia al mercado, reducir a su mínima expresión la diferencia cultural, expandir el ideal del hombre-empresario. Cuando alguna voz disidente levanta la mano y acusa a los liberales de discriminación o explotación, éstos se organizan de manera bastante estratégica y desde medios de comunicación, el parlamento o las universidades, devuelven la acusación caracterizando estos mensajes de heréticos, la imputación es: «estar radicalmente equivocado», y por tanto no entender lo que nos conviene más. Se aglutinan en un solo conjunto las diferencias de los ciudadanos en cuanto a sus preferencias y las tildan de irracionales, decadentes y esotéricas. Quiero hacer notar en este punto que la conexión que se esgrime en el fondo del asunto es la de la libertad y la racionalidad. Según este parecer haber entendido correctamente la libertad nos conduce a una mejor forma de ser, de vivir, de organizar nuestras necesidades y afectos. Este supuesto liberalismo nos señala, enfatizando sus esquemas de racionalidad científica, que sólo hay una manera de ser libres y es entregarse a ésta visión profética de la libertad. Estos liberales prefieren pensar que las libertades se reducen a las de mercado, custodian celosos un canon de ideas verdaderamente liberales negando por completo la multiplicidad de liberalismos. Isaiah Berlin, el célebre filósofo británico, nos advirtió sobre este sentido de libertad en los años 60:

Una cosa es decir que yo sé lo que es bueno para X, mientras que él mismo no lo sabe, e incluso ignorar sus deseos por el bien mismo y por su bien, y otra cosa muy diferente es decir que eo ipso lo ha elegido, por supuesto no conscientemente, no como parece en la vida ordinaria, sino en su papel de yo racional que puede que no conozca su yo empírico, el «verdadero» yo, que discierne lo bueno y no puede por menos de elegirlo una vez que se ha revelado. Esta monstruosa personificación que consiste en equiparar lo que X decidiría si fuese algo que no es, o por lo menos no es aún, con lo que realmente quiere y decide, está en el centro mismo de todas las teorías políticas de autorrealización. [1]

Y continúa más abajo:

Una cosa es decir que yo pueda ser coaccionado por mi propio bien, que estoy demasiado ciego para verlo; en algunas ocasiones puede que esto sea para mi propio beneficio y desde luego puede que aumente el ámbito de mi libertad. Pero otra cosa es decir que, si es mi bien, yo no soy coaccionado, porque lo he querido, lo sepa o no, y soy libre (o «verdaderamente» libre) incluso cuando mi pobre cuerpo terrenal y mi pobre estúpida inteligencia lo rechazan encarnizadamente y luchan con la máxima desesperación contra aquellos que, por muy benévolamente que sea, tratan de imponerlo. [2]

Isaiah Berlin, grabado de NCMallory
Para Berlin, como ya lo vemos, el ideal de la libertad racional como autorrealización, es una derivación de lo que él llamo libertad positiva. La libertad de poder concebir un plan de vida, de tomar el control de la vida propia, tenía que poder conjugarse con la multiplicidad de opciones individuales en el espectro político, y de esta tensión entre diversos fines, surgió cierta idea de conflicto cuyo tratamiento debía poder resolverse en un horizonte armónico de fines. Esta idea de libertad como autorrealización también está en el fondo de la teoría marxista, y es algo que irónicamente comparte hoy esta forma tan particular del liberalismo. Este liberalismo de mercado y el socialismo científico parten de los mismos presupuestos: 1. Hay un verdadero fin al que los seres humanos –lo sepan o no– quieren llegar, 2. Este fin «nouménico» es compatible con la diversidad de fines empíricos si se le da un tratamiento adecuado, 3. La libertad es un medio para acceder a ese fin verdadero, nunca un fin en sí mismo, y 4. La única forma de comprender ese fin superior es a través de un método de racionalidad particular.

Tal forma de comprender la libertad, como ya lo he apuntado, sólo la reduce aunque sea paradójico; una versión más acorde con un mayor goce de libertad debería ser aquella en que los seres humanos articulen sus planes de vida sin presiones ni manipulaciones, podría decírseme en este punto que mi forma de plantear el problema formula una crítica contra el sistema social global, una sospecha de tipo foucualtiana, que terminara por acusar toda forma de dominación como intrínsecamente mala.[3] Mi intención no es ir tan lejos. La versión del liberalismo que hemos manejado en los debates políticos debe ampliarse para admitir la discrepancia, pienso por ejemplo en las versiones de Rawls, Walzer, Dworkin o Rorty; incluso versiones más poéticas, pueden ayudarnos a comprender la libertad como un fin en sí mismo. Esta es una de las razones por las que la democracia es un sistema político que garantiza mejor que otros la diversidad de concepciones individuales de la libertad. La democracia permite que los ciudadanos puedan desplegar sus versiones personales de libertad positiva, y en tanto poseedores de esa misma calidad moral, ajustan sus versiones en un constante debate. Ciertamente esto plantea importantes objeciones a los niveles de cultura política de una sociedad. Ante esa «minoría de edad» que Kant señalara, podría caerse en la tentación de volver a plantear un argumento a favor de alguna variante del rey filósofo platónico con autoridad para dominar; sin embargo, existe una mayor plausibilidad en la articulación de formas de razonabilidad frente a lo verdadero que nos ayuden a abandonar la intención de esperar una ciudadanía más culta o poseedora de objetividad –lo que quiera que signifique esto– desde la que modelar nuestros juicios sobre la política. Los hombres situados en tal posición podrían libremente ajustar sus puntos de vista. Rawls es muy instructivo respecto de esto último:

La ventaja de apegarnos a los razonable es que no puede haber sino una doctrina comprensiva verdadera, aunque, como hemos visto, pueden existir muchas doctrinas razonables. En cuanto aceptamos el hecho de que el pluralismo razonable es una condición permanente de la cultura pública en un régimen de instituciones libres, la idea de lo razonable es más apropiada como parte de la justificación pública de un régimen constitucional que la idea de la verdad moral. Sostener una concepción política como verdadera, y sólo por esa razón considerarla el fundamento apropiado de la razón pública, es exclusivo, e incluso sectario; por tanto, seguramente alentará las discrepancias políticas. [4]

Una más importante objeción es la que atañe a la propia idea de la razón, pero una posible respuesta rebasa las intenciones de este trabajo; lo que puede decirse al respecto, es que ninguna formulación filosófica está carente de debilidades conceptuales, la tarea de la filosofía es contribuir con la claridad de los conceptos y permitirnos elaborar metáforas menos inconsistentes y más adecuadas para los seres humanos. Debo añadir, que es preferible contar con un conjunto de discrepancias razonadas, que con una racionalidad totalizadora que tiranice el espacio social, y justamente esta es la crítica que quiero hacer: estos liberales sectarios nos hurtan incluso la capacidad para pensar en otras formas plausibles de comprender la libertad. Acabar con este dominio es una de las tareas más importantes de todas las jóvenes sociedades del sur de América.


[1] BERLIN, Isaiah. Cuatro Ensayos sobre la Libertad. Madrid: Alianza, 1998, p. 234
[2] Ibíd. pp. 234 - 235
[3] Puede por ejemplo pensarse en el dominio que ejercen los hombres sobre otros en un sistema político, libremente aceptado. Me inclino a pensar que el problema no se encuentra en la dominación misma, sino en las condiciones de dicho poder. Tal crítica nos conduce a la discusión actual sobre la justicia política. Véase al respecto, Cf. HÖFFE, Otfried; Justicia Política: Fundamentos para una filosofía crítica del derecho y del Estado, Barcelona: Paidós Ibérica S.A., 2003
[4] RAWLS, John. Liberalismo político. Trad. de Sergio René Madero Báez. México D.F: Fondo de cultura económica, 1995, p. 134


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