9 de octubre de 2013

Confluencias y distancias: Distinciones entre neoliberalismo y teoría neoclásica (I)

Durante las últimas décadas del siglo XX, algunos países de América Latina vivieron una de las peores crisis económicas en su historia.  Dichas economías se habían endeudado fuertemente, por lo cual el aumento intempestivo de las tasas de interés las desmembró sin previo aviso.  Con esto llegaban a su fin algunos gobiernos en los cuales el Estado tuvo gran participación, no sólo a nivel de regulación, sino también empresarial.  La recuperación consecuente se aseguró sólo mediante acuerdos con los organismos financieros internacionales, los cuales solicitaban a dichos países políticas de ajuste y todo un cambio en la percepción que se tenía sobre la participación del Estado en la economía.  Dicho conjunto de políticas se llamó el Consenso de Washington.  En palabras de Y. Murakami, el cambio de una matriz política estadocéntrica a la mercadocéntrica se vio resguardado por la ideología neoliberal.

En los últimos años, la injerencia del neoliberalismo en la política del Perú se ha reducido a un choque de argumentos maniqueos, o bien, ha sido negada.  Por un lado, algunos críticos del modelo sólo se han centrado en denunciar pero no proponen cambios institucionales pertinentes.  Por el otro, los neoliberales hacen mofa de la discusión acusando a las voces discordantes de ser contrarias al desarrollo del país.  A la par, son estos mismos neoliberales quienes aseguran que la crítica académica no debe salir del contorno de la teoría neoclásica en boga.  A continuación, se tratará de detallar las principales prerrogativas del neoliberalismo.  Primero, se dilucidará la idea de la economía como disciplina y su relación con la política.  Luego, se hablará sobre neoliberalismo y teoría neoclásica tratando de hacer las distinciones respectivas.  Finalmente, se abordará la necesidad de reconstruir la teoría económica a partir de una visión más humana, liberal y basada en una concepción política de la justicia.

¿Relación entre economía y política?

En economía y política no se puede dejar de asumir que un discurso sea disfrazado con matices técnicos para encubrir su costado ideológico.  En este caso, se suele usar el calificativo de técnico para referirse a propuestas que parten de una realidad concreta y que carecen de sesgos o visiones políticas.  Definido así, lo técnico no admite objeción.  Por ejemplo, es usual que en la política peruana algunos ciudadanos apoyen campañas que niegan la posibilidad de cambios en el rumbo económico nacional.  Mantienen dicha posición al temer verse afectados por políticas de este tipo.  Al ser criticados, estos mismos ciudadanos se defienden diciendo que las propuestas de sus candidatos son más valederas por ser más "técnicas".

De esta manera estas confusiones se extrapolan a la academia; con lo cual, se desechan las hipótesis y enfoques fuera del mainstream de la economía neoclásica debido a su falta de cientificidad u objetividad.  Todo lo contrario a lo señalado por Gunnar Myrdal en su texto El elemento político en el desarrollo de la teoría económica:
«El cometido de la ciencia económica consiste en observar y describir la realidad social empírica y en analizar y explicar relaciones causales entre hechos económicos. (…)Esto no implica, por supuesto que los resultados de la investigación económica carezcan de importancia para la formación de las opiniones políticas. Tales opiniones guardan relación con el estado real de la sociedad. Implican deseos y planes para la preservación de este estado o para cambiarlo de diversas maneras y en diversas direcciones». (p. 19)
Myrdal no negaba la posibilidad de concebir a la economía como una disciplina con método propio, presentada como un sistema coherente de relaciones causales.  Sin embargo, era innegable que los resultados alumbrados por esta podrían ser sujetos a juicio.   La política juega en esto un rol preponderante pues esta delimita las visiones del desarrollo a las que una nación ha de confluir.  No hay conjunto social que se pueda concebir a sí misma como un agrupamiento autómata que avanza fatídicamente hacia una meta ya que dicho horizonte es construido.  Como más adelante sugeriría Myrdal, los intentos decimonónicos por mostrar a la economía como ciencia destilada de cualquier juicio o intención normativa son inútiles comparándolas con las veces en las que los resultados económicos se utilizan para configurar cierto orden «deseable» o «justo».

Años más tarde, pero desde un enfoque distinto, Sheila Dow observaría en Macroeconomic Thought que las discusiones en política económica grafican la dependencia entre política y económica.  En este campo de las ciencias, hay un interés por mantener teorías sin fallas de predicción y que guarden respaldo en la evidencia.   Sin embargo, la selección de hechos a utilizarse en un test empírico se basa en la misma teoría a refutar.  Como consecuencia, la falla en una teoría económica es evidente pero no el elemento anómalo que la debilita puesto que se han seleccionado los datos en base a la misma abstracción.  Las alternativas disponibles poseen el mismo sino.  Así, el único criterio utilizado para elegir entre uno u otro enfoque se basaría en juicios de valor o ideologías.

La relación entre economía y política también ha sido discutida a lo largo de la historia del pensamiento económico.  Así, es pertinente mencionar a Nassau William Senior.  Él es el primero en mostrar un conjunto de postulados para el análisis deductivo en economía, es decir, por plantear la posibilidad de obtener resultados a partir de un cojunto de ideas determinado.  Su Outline of the Science of Political Economy de 1836 es un primer intento por generalizar las hipótesis en teoría económica.  En el mismo siglo en el que aparece la obra de Senior, León Walras culminaría la primera edición de sus Elementos de economía política pura (o Teoría de la Riqueza Social).  En las dos primeras lecciones de los Elementos conjuga el repaso y la crítica de las obras económicas previas a la suyas.  Así, intenta identificar la diferencia entre la economía como ciencia y la economía política como arte.

León Walras
Walras sostiene que la forma en que algunos economistas clásicos definían la economía política contradice la noción de ciencia.  Por ejemplo, Smith definía a su disciplina en función a dos objetivos concretos: alcanzar cierto nivel de ingresos para la subsistencia de los individuos y la suficiencia de ingresos para la provisión de servicios públicos desde el Estado.  Ante esto, Walras señala que una ciencia no puede definirse en función de objetivos concretos.  Al contrario, toda ciencia debe estar indiferente ante las consecuencias derivadas de la «búsqueda de la verdad pura».  Como en la geometría, se puede entender que «un triángulo equilátero es al mismo tiempo equiángulo» (p. 140), pero los resultados de utilizar dicha verdad sólo le son útiles al interés del albañil o del carpintero. A esto se suma que Walras considera a la economía política pura muy semejante a las ciencias físico-matemáticas, incapaz de soportar el uso del método experimental y de prescindir de teoremas que se utilizan para deducir resultados y consecuencias a priori.

Alfred Marshall
Si bien la intención de Walras es lograr la independencia de los juicios de valor en economía, exagera al utilizar las premisas señaladas. Al convertir en economía política pura a la disciplina, esta pierde toda noción de lo social en la construcción de sus afirmaciones y en la evaluación de los hechos. Soporta mecanismos de inducción a la hora de recopilar los datos, pero define un conjunto de resultados a partir de las leyes y generalizaciones previas que supuestamente son imposibles de objetar. Como si las instituciones e individuos que conformaran la economía representaran un mecanismo hidráulico cuyo comportamiento es predecible

Los argumentos del académico de Lausana contrastan con las ideas de su casi contemporáneo, el inglés Alfred Marsall. Este, en sus Principios de Economía señala un punto de partida distinto. A su entender, la economía se muestra como una disciplina cuyo objeto de estudio son los hechos que conforman el ámbito más cotidiano del ser humano. Las actividades que el hombre ha emprendido para lograr su subsistencia le han sido comunes desde su aparición sobre la faz de la tierra. A diferencia de Walras, Marshall excluye la posibilidad de construir abstracciones innecesarias sobre la relación del hombre con el ámbito económico y el de los negocios. Esto le permite plantear la discusión sobre si es correcto definir la libertad empresarial en función de la competencia egoísta, recnociendo que es en la sociedad de su tiempo (la posterior a la revolución industrial) en donde el economista empieza a considerar como fin supremo la necesidad de encontrar diversas formas que faciliten las prácticas desinteresadas.

En los Principios, Marshall reconoce que no hay algo que se pueda llamar propiamente el «método de la Economía». Para él, todos los métodos utilizados para describir las relaciones causa-efecto son las bases del análisis económico.  Esto descarta cualquier ímpetu de la economía de volverse una ciencia pura, pues no puede prescindir del análisis histórico o sociológico ni plantear leyes inobjetables o de predictibilidad sumamente corroborada.   Las generalizaciones en las que resulta la economía son consideradas proposiciones generales o manifestaciones de tendencias sociales que destacan por referirse «a ramas de conducta en que la fuerza de los principales móviles puede ser medida por medio de un precio en dinero» (p. 29).  Así, no hay claridad a la hora de diferenciar las regularidades sociales de las regularidades económicas, la línea divisoria es muy delgada.   Por otro lado, Marshall señala que lo que es «normal» en economía agrupa un conjunto de tendencias inmutables respecto a un grupo de hechos que varía o se mantiene intermitente aún en el largo plazo.  Esto quiere decir que las afirmaciones en economía casi siempre están condicionadas a hechos invariables y fundamentales, es decir, no se prescinde del famoso ceteris paribus (lat. «permaneciendo el resto constante»).  Esto admite el carácter hipotético de la disciplina económica, lo cual deja abierta la posibilidad para la consecución y documentación de hechos diversos en la investigación económica.  Sin embargo, esta misma laxitud puede llevar a errores en el análisis y la propuesta de soluciones a problemas en el ámbito económico.  Es en esto último que se da cuenta de la inminente dependencia que muestran las decisiones de política económica respecto a formas de interpretaciones concretas de la realidad.


Repasar el conjunto de ideas de Walras y Marshall no es un mero acto de arqueología económica.  Al contrario, en la discusión contemporánea de política económica muchos de los argumentos reflejan algunos de los elementos discutidos líneas arriba.  Tal es el caso de algunos de los seguidores de M. Friedman o defensores de la teoría neoclásica imperante, los cuales reconocen la existencia de una divergencia entre economía positiva y economía normativa.  Una diferencia entre el «tener ser» y el «deber ser». Así, tal y como Walras lo mencionaba, la economía no debería preocuparse por sus consecuencias prácticas. Eso se deja al campo «simplón» del arte de la economía o a las discusiones de política económica enmarcadas en la economía normativa. Todo lo contrario a lo sostenido por Marshall, desde su enfoque no negaríamos la posibilidad de que el análisis de los hechos económicos dependerá de las formas preconcebidas que utilicemos como presupuestos.   Estas definirán los métodos a utilizar y las propuestas de política económica con las que queramos disponer.

La posibilidad mencionada permite conjeturar lo siguiente: los análisis económicos mutuamente excluyentes entre sí preservan cierto tipo de orden concebido en función a un horizonte propio (se podrían decir que tienen un carácter teleológico).  Con esto, la discusión se sitúa a un nivel que raya entre la epistemología y la filosofía política.  Muchas teorías económicas parten de algún modelo del mundo, el cual tiene como base alguna concepción del hombre sea esta la del homo oeconomicus u otra diferente.  Estas preconcepciones repercuten sobre la configuración de instituciones sociales.  Con lo cual, en línea con Michael Walzer, puede temerse la captura de la esfera política por parte de la esfera económica.   Captura que es facilitada a partir de que la teoría económica preponderante se convierte en discurso hegemónico cuya pedagogía limita la creatividad y augura discusiones radicalizadas.

Considerar esto último nos permite coger al toro por las astas y defender la idea de que, desde un punto de vista pragmático, la política económica no siempre deberá responder a una misma receta sino a la más adecuada para preservar a los individuos de una sociedad.  No es que el mantener expectativas de inversión positivas nos lleve mecánicamente a un crecimiento y desarrollo deseados.  Al contrario, esto sólo podría responder a la situación de algunos: aquellos que esperan cambiar sus propias expectativas.

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