5 de abril de 2016

Memoria, historia y poder: Parte I

La política y el pueblo, capturados por la violencia Fuente: La República

Tras las denuncias lanzadas contra la candidatura de Keiko Fujimori y ante el mayoritario rechazo por parte de la ciudadanía, los defensores del fujimorismo han respondido apelando a la “memoria” y han criticado al movimiento antifujimorista por partir de una supuesta versión trastocada de la historia política de los años noventa. Según estos, Fujimori habría de ser considerado como un defensor de la paz social, baluarte del desarrollo económico y principal garante de la democracia ante la “dominación” de la izquierda/terrorismo durante los noventa[1]. De esta forma, muchos de los que conforman el movimiento antifujimorista habrían de ser considerados como inconscientes y poco enterados sobre la “verdadera” versión de los hechos. Al mismo tiempo, las prerrogativas de dicho movimiento serían débiles ya que muchos de los que lo conforman son jóvenes que difícilmente podrían haber vivido a plena conciencia la década de los noventa en el Perú[2].

Esta forma en la que el fujimorismo se defiende tiene una doble debilidad. Por un lado, la evidencia hace imposible negar los crímenes y excesos cometidos durante la dictadura fujimorista. Nadie podría dudar del filón autoritario del régimen fujimorista. Es más, aparece como revelador el hecho de que el fujimorismo/keikismo no deslinde del régimen de los noventa a la hora de presentarse como un “partido democrático”. A su vez, queda claro que la condena que pesa sobre la persona de Alberto Fujimori se debe a crímenes en contra de los DD. HH. Dicha atribución comprende las ejecuciones extrajudiciales, la intervención de las universidades estatales como parte del plan de erradicación de los grupos terroristas o prácticas como las esterilizaciones forzadas. De igual manera, se tiene evidencia de que el gobierno de Fujimori mantuvo una estela de corrupción: de eso dan cuenta los arreglos realizados en el SIN, la compra de los medios de comunicación o la utilización de recursos estatales con fines de enriquecimiento ilícito.

La segunda y más fuerte debilidad de la respuesta fujimorista tiene que ver con que representa una lectura laxa sobre la historia y la memoria. La forma como entienden la historia los defensores del fujimorismo se muestra como una narración ya definitiva de lo acontecido durante los noventa, idea que es poco defendible. Esto refleja su compromiso con una mentalidad absolutista o dogmática. Utilizo la idea de mentalidad en el sentido descrito por el filósofo pragmatista Richard Bernstein. Para este, dicha noción se refiere a una concepción general que condiciona la manera en que se encara, comprende y se actúa en el mundo (Bernstein 2006: 39). Toda mentalidad se presenta como una “idea acerca de las ideas”, es decir, una concepción sobre las ideas que nos encamina hacia fines prácticos. De esta manera, Bernstein nos permite entender que una mentalidad absolutista o dogmática considera que el conjunto de creencias y proposiciones que sostiene poseen el monopolio de la certeza mucho antes de ser discutidas. Para una mentalidad dogmática o absolutista, la verdad histórica se constituiría no como un discurso inacabado y en construcción, sino como una “verdad” acaba sobre los hechos y dispuesta a ser descubierta por sus garantes.

La respuesta fujimorista calza muy bien en esta descripción: poseen una verdad histórica totalmente cierta (su versión histórica de los hechos de los noventa) y, sarcásticamente, reconocen a los entusiastas del gobierno fujimorista como los únicos capaces de proclamar dicha verdad. Por esto mismo, es común que la defensa fujimorista califique de engaño a otras versiones de la historia alternativas a la suya (como la propuesta por el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación) y ataque furibundamente a quienes se oponen a su versión. Todo discurso que se enfrenta a la “verdadera historia” que sostienen los fujimoristas se considera “mentira”.

No obstante, Richard Bernstein da cuenta de la posibilidad de una mentalidad falibilista  frente a esta posición dogmática o absolutista. Este falibilismo se describe como la creencia de que cualquier reivindicación de conocimiento o de validez es pasible de análisis, modificación y crítica permanentes. Todo discurso defendido a través de una mentalidad o actitud falibilista se considera inacabado e incompleto. Citando a Louis Menand, el mismo Bernstein reitera que las ideas no están a la espera de ser descubiertas, sino que se constituyen en herramientas que la gente concibe para lidiar con el mundo en el que vive. De esta manera, las ideas también son sociales pues las producen grupos de individuos, pero a la vez no son inmutables y poseen cierta adaptabilidad impuesta por su carácter provisorio (Bernstein 2006:45). 

Una lectura falibilista da cuenta de que las narraciones históricas no deberían considerarse reproducciones fidedignas y acabadas de los hechos. Al contrario, todo proceso histórico narrado es un proceso reconstruido e incompleto. Quien narra la historia se asemeja a quien trabaja en un telar: cada hilo es uno de los hechos desperdigados a través del tiempo y es el tejedor quien termina combinando cada hebra de tal manera que el producto toma una forma diferente y perfectible. Los límites de la “verdad histórica” están impuestos por quien la escribe y por sus compromisos, no sólo por los hechos. Hebras se dejan, hebras se toman.

Una concepción falibilista de la historia es más democrática en tanto que i) permite reconsiderar las voces discordantes con el relato histórico oficializado (o dominante) y, por eso mismo, ii) da espacio para que los menos aventajados en una sociedad también puedan emitir su versión de la historia. El Informe Final de la CVR (IF) refleja esta posición frente a la verdad histórica. Esta se escribe con miras a reconstruir los procesos sociales y los crímenes que impactaron a la sociedad peruana entre la década de los ochenta y los noventa. Sin embargo, dicha reconstrucción no tiene como meta encontrar una verdad definitiva, sino que se erige como medio para dar voz a todos los actores implicados, sobre todo a aquellos que pudieron haber quedado fuera de la historia oficial y que fueron víctimas del terror durante dicha época.

De esta forma, la crítica a la versión pro-fujimorista de los noventa sólo cobra sentido si es que se la entiende bajo una lectura falibilista de la historia. Cuando se apela la “memoria”, no se busca reivindicar una versión superior de la historia sino que, de cara al futuro, se intenta evitar que se repitan los daños ocasionados durante esa época. Entonces, queda claro que tanto por los hechos como por la mentalidad desde la que parte, la defensa fujimorista hace agua.

                    
[1] Una presentadora de televisión, quien fue muy famosa durante los noventa, se pronunció en una entrevista radial sobre el éxito del régimen fujimorista al terminar con el terrorismo y sacar al país de la crisis social en la que se encontraba. Su sugerencia para los jóvenes fue que leyeran un poco más sobre la historia de los imborrables noventa con tal de reconocer dicha contribución. Con un tono más panfletario, la agrupación Voz Liberal del Perú acusó a los miembros de la “izquierda caviar” de acaparadores del poder y de subvertir la verdad a la hora de referirse al régimen fujimorista. Así, la intervención militar y policial a las universidades, las ejecuciones extrajudiciales y el copo del Poder Judicial habrían sido medidas importantes para desarticular la estrategia de la izquierda que “dominaba” dichas instituciones.
[2]En el noticiario dominical de la cadena más televisada, un par de reporteros y un muy conocido politólogo resaltaron que el antifujimorismo está plagado en su mayoría por jóvenes que no habrían vivido en todas sus dimensiones la dictadura de los noventa. Enfatizaron que la apelación a la “memoria” era el sedimento que une al conjunto de ciudadanos que participaba de dicho “movimiento inorgánico”.

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